Cuando tenía 17 años, una drástica pérdida de peso me llevó a obsesionarme con controlar mi cuerpo, la comida y el ejercicio. Como tantas personas, estuve atrapada en la rueda de restricción, control e insatisfacción, convencida de que debía estar siempre delgada y entrenar para alcanzar un cuerpo “ideal”, como si mi valor estuviese determinado por mi apariencia.

Con el tiempo me di cuenta de que estaba completamente desconectada de mí misma: de quién era, de lo que realmente quería y, sobre todo, de lo que sentía. Vivía desde la exigencia, sin escuchar lo que mi cuerpo intentaba decirme.

Gracias a ese proceso pasé por una etapa de deconstrucción, solté creencias y volví a conectar con mis prioridades y con mi cuerpo desde un lugar más amable y consciente. Dejé atrás la culpa, los “no deberías” y los extremos, y en su lugar apareció algo nuevo: disfrute, equilibrio, confianza y una sensación de libertad que antes desconocía por completo.

Pasé por una etapa de deconstrucción, solté creencias y volví a conectar con mis prioridades, con mi cuerpo y con mi bienestar desde un lugar más amable, consciente, equilibrado y respetuoso conmigo misma.